SOY LEYENDA de Richard Matheson




Muy interesante lectura de una novela corta (180 páginas) que, debido a sus concretas aficiones literarias, uno ha visto citada una y otra vez desde hace años. Ciencia-ficción con abundantes elementos de horror. El tema del último hombre vivo sobre la tierra, y el del hombre acosado a muerte (mobbing) por sus semejantes, esta vez, metáforas aparte, convertidos en auténticos monstruos, más concretamente vampiros. El narrador tenía alrededor de veintiocho años cuando la escribió, pero eso no se advierte más que en un estilo sencillo, casi minimalista, que puede parecer en exceso cauto, de andar pisando huevos, pero resulta tremendamente efectivo, y difícil, visto hoy en día, época en que, para ocultar la falta de ideas, parece lo más fácil abandonarse a la retórica vacía, incluso mal redactada.
            Matheson, pues, no escribe de manera simplista, escribe "a pelo":

Volvió a la casa. Mientras abría la puerta de la calle, vio en el espejo una distorsionada imagen de sí mismo. Un mes antes había clavado allí aquel espejo agrietado. Pocos días más tarde, algunos trozos caían en el porche. Que siga cayendo, pensó. No colgaría allí otro condenado espejo; no valía la pena. Había puesto en cambio algunas cabezas de ajo. Era más eficaz.

Atravesó lentamente el oscuro silencio de la sala, dobló por el pasillo de la izquierda, y entró en el dormitorio.

En otro tiempo los adornos habían abarrotado la habitación, pero ahora  todo era enteramente funcional.

          Y tan funcional. Pero es que, en cuanto a estructuras narrativas, la novela es irreprochable. Nada se echa en falta, nada sobra. Los sucesivos y equilibrados episodios, incorporando unos pocos flash-back elucidatorios, recorren los veintiún capítulos perfectamente pergeñados y dibujados. Tratándose prácticamente de un personaje único, el desdichado Robert Neville, el narrador logra que la historia nunca se haga monótona, pues, a través de una poderosa ingeniería dramática y una fantasía desbordada, suscita con facilidad el interés en la acción. Resulta arduo soslayar, pese a todo, un cierto soniquete repetitivo, si bien repetitivas son la desgracia y el aislamiento a cuyo retrato sirve la trama. Habría que destacar, pues, este gran estilo neutro, escueto y funcional, tan americano, recordando a los emperadores del género negro, Dashiell Hammet y compañía, y a Salinger, a Carver, etc. Los diálogos, las descripciones, secos y precisos. El recurso frecuente al cambio de párrafo quizá para conjurar un poco ese peligro de incurrir en la monotonía; técnica en realidad para agilizar el montaje, cinematográficamente hablando.
         Valoraremos asimismo la explicación científica de la enfermedad de los vampiros (los hay vivos y muertos), muy bien documentada y concebida, y perfectamente diseminada y escalonada a través de los capítulos; y la emotividad, profundamente humana, en el largo y bien contado episodio del perro (el único compañero auténtico de Neville), que al final no logra reponerse de sus heridas. Y lo mejor, el desenlace pesimista con el sacrificio del héroe, a tono con todo lo anterior. Este final democrático (Neville, un hombre normal, muere para que puedan vivir los vampiros, en abrumadora mayoría), según aparece en la contraportada, «supone una reflexión sobre los binomios como normalidad y anormalidad, bien y mal, que se evidencian como una mera convención derivada del temor y el desconcierto ante lo diferente».




© José L. Fernández Arellano, mayo 2006

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